Abres los ojos y ves la hora en el reloj, no hay nada
particular, tan solo comenzará un día más. Miras a tu alrededor y recuerdas que
no hay nada que hacer, tan solo esperar, el tiempo va lento, escuchas a lo
lejos un tic-tac. Miras a la izquierda y notas que no hay nadie, miras a la
derecha y están los objetos de siempre. Postrado en aquella cama podrás
permanecer un rato más.
Hasta que la respiración empiece a volverse pesada, hasta
que se sientan los nervios subir por la garganta, el hambre diciendo que no
quiere permanecer más callada, el hormigueo en las plantas de los pies pidiendo
movimiento, la lengua seca y los labios pegados entre sí, las ganas de gritar y
de huir de ahí: Ansiedad.
Suspiras y estiras la mano, tomas las pastillas de siempre,
tres capsulas de color marrón y blanco. Colocas los auriculares en tus oídos y
subes el volumen ligeramente, esperando no escuchar más el viento que se agita
contra la ventana ni los juegos de los niños a las dos de la tarde. Bostezas inconscientemente, es rápido el efecto, lo conoces
bien. Sonríes ante la expectación de lo que vendrá.
En tu soledad abrazas a la única compañera que te queda, la
almohada desocupada en aquella gran cama, te acurrucas dentro de tus sabanas y
dejas que la melodía de fondo arrastre tus sentidos hasta la total plenitud,
hasta donde el sueño se pierde y la conciencia queda plana, donde ya no sabes quién
eres y te dedicas a ver el mundo de
fuera.
Duermes.
No sabes cuánto tiempo ha pasado, pero sigues escuchando la armonía,
sientes la molestia de los auriculares en tus oídos, una especie de pesadez que
hace que estés incomodo a pesar de tener el rostro contra la almohada. Tratas de
mover los pies, de levantarte, de sentir los dedos de las manos. Sabes que tu
cuerpo está entero pero es más liviano de lo que debería, no sientes nada salvo
la música. Buscas la fuerza para poder salir de aquel encierro en ti mismo,
para arrojar todas las sabanas y correr fuera de aquella habitación, por
comenzar tu día aunque sean horas tardías. No hay nada, no puedes hacer nada.
Vuelves a cerrar los ojos tratando de retomar el control,
tratando de hacer que tus pulmones despierten y sigan llevando aire hasta tu
cerebro, tratas de enfocarte en el miedo para acelerar tu corazón, pero todo
sigue lento. Tratas de configurar tu
respiración con el sonido lejano del reloj, tratas de morderte la lengua en
busca de sentir cualquier cosa que sea más que nada.
Luchas contra la falta de aire.
Intentas respirar agitadamente.
Buscas gritar.
Finalmente despiertas.
Y de todas formas el mundo sigue igual.
>>Somnis: Relato parte de la colección "Receta medica"