Suicidio

Hace 142,349 segundos que no la veo.

Hace 2,372.48 minutos que no sé nada de ella.

Hace 39.54 horas que no aspiro su aroma, que no cuento con su presencia, que su cabello no se agita cerca de mi rostro, que su luz no ilumina las sombras que ahora desfilan por mi corazón. 

Su brillo es ausente, sus palabras lejanas y el último pensamiento que leí en sus ojos era algo demasiado cercano a la muerte. Cada una de las sílabas que emanaba de su boca la retiraba a una distancia más grande de mi. 

No recuerdo nada excepto la última sonrisa que me regaló antes de soltar mi mano aquel día de marzo. Hoy ya es abril y la lluvia resbala de manera inestable por mi ventana mientras dibujo figuras extrañas sobre la pequeña capa que crea mi aliento mientras suspiro. 

Me encantaría buscarla en cualquier parte, llamarle, escribirle, pero sé que ya no está cerca. 

Siento un escalofrío al recordar lo que iba a hacer. Mi corazón se ralentiza y el sonido baja su volumen, casi puedo escuchar el corazón de las personas que pasan por la acera mientras sigo trazando sobre la ventana. Todo dentro de mi es silencio. 

Siempre te dicen que le cuentes las cosas malas a la persona que más confianza le tengas; ahora me pregunto sino será demasiado tarde para salvarla de sí misma ¿debí acudir a alguien? ¿debí pedir ayuda? ¿debí gritarle que parara todo y que se quedara para siempre conmigo? 

Vuelvo a mirar por la ventana. Mi corazón se rompe y estoy seguro de que el ruido ha cruzado el charco. 

Ella lo ha hecho. 

Ya no hay vuelta atrás. 

Sé que no la voy a recuperar. 

Ella le fue a confesar que estaba enamorada. 

¿Por qué no mejor se mató? 

O mejor aún ¿por qué primero no me mató? 

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