El teléfono había sonado, cuatro notas repetidas, sabía de quién sería el llamado, por algo estaba así de definido. Escuchó la verborrea dentro de aquel tono de voz ridículo y chillón, un sollozo y su suspiro.
— Así que te has vuelto a enamorar,
otro trágico final con un nazi y a la francesa.
Ella gritó a través de la bocina. — Me tratas como si no tuviera idea de lo que digo, crees que no sé lo que quiero.
— Y ahora deambulas con tu cruz
— ¡Joder! Sí. No sé dónde mierda estoy, me dormí en Waterloo, pero amanecí en otro lugar. Y sí te necesito igual que te he necesitado siempre, solo ven.
Él rió. No le quedaba nada más, colgó el teléfono y condujo hasta ella, siempre lo hacía, por ella hasta el fin del mundo, iría a cualquier lado con tal de tenerla de nuevo entre sus brazos, aunque fuera solo para lidiar con el conflicto de siempre, su propia y horrible existencia.
— Y es que no, no aprendes nunca,
hermoso como un asturcón
surgiendo entre la niebla. — dijo mientras ella abría la puerta del Chevy rojo, arrojaba su bolsa de mano al asiento de atrás y dirigía la mirada al retrovisor derecho, escondiendo los ríos de rímel que se habían formado sobre sus mejillas.
Todo el camino había sido silencio, hasta estacionarse en el sótano del edificio, la oscuridad abrazó sus cuerpos y ella gritó. Volvió a llorar, dejando escapar todas las emociones que había soportado durante todo el camino. En su mente se estaba dibujando un horrible precipicio y sentía como lentamente caía, queriendo tomar aire de nuevo, para solo encontrar edificios que tiemblan.
Un mes
— ¡Adolfo! Por favor ven
Él no lo dudó, como siempre respondió el teléfono y estuvo para ella. Entró al departamento para encontrarla en el sillón, envuelta con una manta y basura a su alrededor: tiras de pastillas v
y latas de whisky.
— Pequeña, te está grande el mundo
Ella solo asintió, conocían la sensación. Todo se volvía enorme y ella quedaba atrapada, vacía dentro de toda la porquería que estaba a su alrededor.
— Es la nueva enfermedad, la que anuncia la radio. Sé que soy propensa.
Adolfo sonrió de lado, no era la primera enfermedad, ni la primera crisis, no era nuevo, solo se sentó a su lado, le quitó la frazada y la abrazó con todo lo que tenía en su interior, tratando de transmitir lo que embriagaba sus sentidos.
Era su propio y pequeño mundo. Solos, rotos, totalmente indefensos ante la mínima situación que sucediera, indefensos ante sí mismos y ante cualquier cosa que pudieran sentir. Porque así era la vida, porque las cosas pasan pero no puedes llegar a expresar lo que tú mismo sientes, porque hay puntos del tiempo en que nada concuerda, nada es simple y la mente juega consigo misma.
— Idea, voy a tomar una cuchilla y acabaré con esto — dijo ella sonriendo sin secarse las lágrimas
— Mejor llena la tina de agua y... Vale no, esa es muy pequeña para los dos
— Podría servir la altura del edificio
— Otra idea, yo estaré al volante,
y tú a mi lado tragas tranquis con cerveza. Luego encuentran nuestros cuerpos estrellados en una cuneta.
Disposición. Él tenía toda la disposición de estar a su lado para siempre y aunque ella a veces le quisiera y a veces no, seguiría a su lado. Porque preferiría mil veces ser foco de la prensa como un suicida conjunto que quedarse sin ella. Pero la ironía en su voz solo hizo que ella se levantara y encerrara en el cuarto de baño.
Gritos y más gritos.
—Se nubla tu razón, sal del maldito baño.
En tu mundo nunca hay gente a salvo
y reina la confusión. Y entras como siempre en bucle y te transformas en Mr. Hyde.
Ella seguía gritando cosas sin sentido ante las palabras tan claras de él. No es sensato hablar. No es sensato escuchar la verdad.
— Esto soy y no haré nada más.
— Miéntete a ti misma, si es lo que hay...
Y después de todo ello, siguió sentado fuera de la puerta del baño. Hasta que ella se dignara a salir y lo abrazara, hasta dormir enredados, fundidos en un punto terrible y absurdo.
Dos semanas
— Y se supone que esta vez también
te tendría que creer, que hay una soga para tu cuello,que lo harás de noche en la cuadra... Yo no intentaría nada, o se vendrá abajo el techo.
Ella solo colgó el teléfono ante la frustración. Cada intento, ella lo avisaba, él la corregía; más valía no hacer nada que ser ridícula.
Cinco días
— Lo encontré en la calle, quería hablar y yo simplemente odio a toda la gente. Odio hablar, odio tener que hacerlo
— Enfrenta tu maldito miedo, ¡madura! Pendeja
— ¡Hijo de puta! Te necesito, cabrón. Pero seguramente estás con cualquier...
—Llámame lo que tú quieras, di que yo era tu chapera y te salí barata. Ya ves que te lo consiento.
Ella de nuevo entraba en su maldito bucle, con todo el desastre mental, con todo el griterío en su mente, con todo lo que había perdía la razón. Colgaba el teléfono y se encerraba en sí misma. El la buscaba y estaba a su lado.
Y cuando él pensaba que la quería ella se transformaba, una maldita perra, una zorra, o simplemente la persona más idiota del universo. Era como Mr. Hyde, eran mentiras dentro del amor más puro que cualquiera podría encontrar.
Basado en "Adolfo Suicide "
Canción de Nacho Vegas (Resituación 2014)
Todos los derechos reservados.
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