La nieve caía
lentamente, llenando las aceras de una fina masa blanquecina. Otro año había
pasado, un ciclo más había que terminar, como simples humanos, como simples
mortales, no había nada en que pudiera pensar Henry, tan solo en eso. Iba a pasar
otra navidad al lado de las personas a
las que lo habían engendrado, a las que no había visto a lo largo de tanto
tiempo, esperaba que en algún momento aquel aire que azotaba los vidrios de su
transporte cesara. Aquel autobús del 99 iba bajando la velocidad conforme se
introducía al poblado.
— Adiós — dijo al conductor del bus, que solamente se escondió bajo
su gorro y sin pronunciar palabra alguna cerró la puerta al instante que Henry
bajó el último escalón.
La parada estaba vacía,
probablemente por la hora en la que había llegado, nadie en unos kilómetros a
la redonda. Él paseaba por las calles sonriendo, con su mochila colgando en el
hombro izquierdo y sus botas dejando finas pisadas sobre la nieve.
Hasta ese momento, él
no sabía que fe un error el siquiera haber vuelto a aquel pueblo, al cruzar a
la otra cuadra, observó escombros, seguramente desde hace mucho tiempo que
estaban allí, porque ni siquiera las cenizas tenían olor y todo estaba cubierto
de nieve. Sobresalía solamente una cruz, de aquellas que solo pueden pertenecer
una iglesia. Avanzó un poco más, no era de su incumbencia lo que al viejo
santuario del pueblo le hubiera pasado.
Una tras otra las
cortinas de las casas al lado de las cuales desfilaba se iban cerrando, lo
niños cantores a fuera de la pastelería del pueblo habían cesado sus cantos, y
las madres que observaban, al mirar a Henry, atraían a los niños hacía a ellas,
sus rostros estaban siendo invadidos por la preocupación.
—Respira profundo— se dijo—, nadie
estaba esperando a que llegara, seguramente es tan solo una sorpresa ver que yo
regreso a ver a mis padres después de todo el tiempo que ha pasado. Y más en
estas fiestas. Los pueblerinos suelen tener unas ideas un poco raras de lo que
hay que esperarse para que navidad, sea navidad.
Las palabras
tranquilizadoras lo aliviaban, pero así no quería que el camino a la solitaria
casa de sus padres se terminara. Algo le
decía que las cosas en el pueblo iban va mal, la última vez que había ido,
nadie prestaba atención a su camino, pero claro, la última vez había sido
cuando tenía 17 años y era tan solo un joven más.
Casa en la que se crio
estaba dando la vuelta a la calle en la que iba, y la última casa de aquella
acera había cerrado sus cortinas. Lo único que lo alumbraba era aquella luz de
la farola
—¡Olvida que algún día te criaste aquí!— dijo su madre cerrando de
golpe la puerta. Intentó mirar a través de la ventana pero no podía por las
cortinas grises que cerraban su vista. Se acercó a la caceta telefónica y
tecleó cuidadosamente el número de la casa
, esta vez era su padre
el que había cogido el teléfono, su respiración sonaba agitada, del modo
agitado número dos: cuando está molesto.
Las palabras exactas
que pronunció, tan solo hicieron que Henry se sintiera más desconcertado de lo
que ya estaba. No había nada en el mundo más triste que tu familia no quisiera
estar contigo la noche en la que todos se reunían para celebrar el nacimiento
del salvador.
No recordaba una sola
navidad en la que hubiera tenido que estar solo, todas las navidades que pasaba siempre lograba estar al lado de
alguien más, de alguien que le quisiera, o al menos que disimularla hacerlo,
¿tan difícil era que tus propios padres quisieran compartir la mesa contigo?
Diciembre era el mes que cambiaba a la gente, pero por lo regular era para
bien, para fingir hipocresía y hacer del amor la cosa más bella jamás vista,
para comunicarse, para perdonar.
¿Qué cosa tan grave
pudo hacer para que nadie quisiera acercársele? La posada estaba vacía, y la
dependiente le rentó una habitación a regañadientes, nadie quería trabajar en
navidad. Su cena fue un paquete de papas
fritas y una coke- light, no había
mucho que recuperar de las maquinas expendedoras de un viejo pueblo.
Pasó la noche mirando
por la ventana, sin escuchar más ruido que el de algunas risas en medio dela
madrugada, y el sonido de las series navideñas, sí, aquel ruido que hacen todas
esas luces que le colocan a los árboles navideños, especialmente el de la plaza
del pueblo, el cual era grande y tenía una extensa variedad de detalles
platinados.
Quería partir al
amanecer, pero también quería todo lo contrario de esa noche, quería pasar
desapercibido, así que simplemente esperó ‘hay
que salir de noche, cuando nadie este despierto, cuando nadie pueda notar tu
ausencia y ninguno quiera recordarte’
Así lo hizo, tomando
sus cosas abordó el último autobús del día 25 de diciembre, estaba vació, al
menos hasta la mitad del camino, claro estaba que nadie pretendía viajar en un
día como ese.
Dicen que hizo algo en
aquel lugar, algo grave que nunca jamás pudo recordar, que aquella navidad
nadie lo esperaba llegar, y que si volviera a regresar todos escaparían de
nuevo, que ni su propia madre quería recordar, ya que era mejor la navidad así,
sola con su marido, como si nunca hubiera engendrado ningún hijo.
Probablemente, en algún
futuro, para él, esas fechas serían recordadas como la navidad más hermosa y placentera
que jamás pudo imaginar. Si de todas formas no iba a recordar nada, podía estar
convencerse de que había cenado un gran pavo y un delicioso puré, para algún
día contar a sus hijos lo hermoso de festejar en familia.
Basado en la canción "Maldición" de Nacho Vegas
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