Gritas.
Un grito sale desde el fondo de tu pecho, vaciando los pulmones, haciendo que todo lo que está dentro de ti sea expulsado, como si con el sonido estruendoso pudieras liberar las cadenas que se sienten en tu pecho; así se siente, un millón de cadenas y cuerdas estrujando el tórax, el estómago, las piernas, las manos, los brazos, incluso el cuello, cada parte de tu cuerpo está atada y solo quieres seguir gritando como si con eso pudieras respirar.
Te mueves.
Intentas que cada uno de los centímetros de tu cuerpo sea liberado de toda la tensión, de cada uno de los lazos que lo amarran y que hacen que estés preso dentro de ti mismo, atrapado, absurdo, enredado. Estiras los brazos como si con eso pudieras zafarte de cada una de las cosas que están limitando tu movimiento. No puedes hacer nada. Vuelves a gritar.
Lloras.
A estas alturas las lágrimas están escapando por tus ojos, y por tu boca gemidos inentendibles hacen eco sobre tu mente, mientras todas las voces que no quieres escuchar repiten una y otra vez las palabras que fueron el detonante para que todo comenzara. Tratas de respirar con normalidad, pero la presión en el corazón que cada segundo está más acelerado impide que siquiera puedas suspirar, es como si alguien hubiera colocado una bolsa de plástico sobre tu cabeza y la amarrara para que nada del aire esté cerca.
Silencio.
La peor parte, sabes que estás gritando, llorando, gimiendo, haciendo todo porque alguien te ayude, suplicas como si de repente el cielo fuera a tornarse claro y una ola de luz bajara sobre ti para cortar todo lo que está dañándote. Y en realidad solo estás dentro de una asquerosa burbuja, la bolsa se plástico se ha expandido aislándote del mundo, recordando toda la soledad en la que has estado y que así seguirán las cosas por hoy, mañana y mucho tiempo más, ni siquiera puedes seguir escuchando el ensayo sobre la soledad que una de las voces te lee, porque es cuando la burbuja hace que todo permanezca callado: inhalas aire y lo mantienes unos segundos, no sabes si sigues llorando, ni siquiera tienes conciencia de si algo está ocurriendo, cierras lentamente los ojos y no puedes ni siquiera sentir las lágrimas corriendo, solo hay un zumbido, continuo y horrible, perturbador.
Eliges.
Tienes dos opciones, quedarte en posición fetal y llorar de nuevo (si aún queda parte de agua en tu cuerpo) o levantarte y mantener el shock, continuar por la vida hasta que algo nuevo vuelva a suceder: otro ataque o una perdida de memoria.
¿Qué prefieres?
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