Por culpa de la humedad


Para ella, la sala estaba completamente en silencio, todo el mundo giraba y su mirada seguía perdida, sin una gota de arrepentimiento había subido al estrado escuchando las acusaciones del abogado y ella solo asentía o sacudía la cabeza sin mucho interés.

Cuando el juez le preguntó

—¿Por qué tuviste que matar?

Mona, seria, respondió:

—Fue el calor y la humedad

Yo solo miraba como todo se desarrollaba, había al lado de mí un miembro de la servidumbre del hombre que ahora estaba varios metros bajo tierra y una mujer que parecía ser más que una dama de compañía para él. Ellos estaban igual o casi tan atentos como yo al juicio pero igual me contaron que esperó a la siesta de las tres; en una mano un cenicero,  en un puño el corazón.

Sus murmullos cesaron cuando la declaración de un compañero de mi narrador  subió al estrado a contar lo que había atestiguado aquel día

—Estaba sentada en el salón, con el cuerpo a sus pies, ¡quién sabe en que estaría pensando esa mujer!

—Estaba pensando en que algún día fui joven guapa y feliz

Los abogados se quedaron boquiabiertos y yo mismo también, hasta aquel instante hubiese jurado que la mente de esa mujer no estaba en el mismo lugar que su esbelto cuerpo, pero con aquella frase nos demostró lo contrario a todos.

— Hubo un tiempo en el que yo  habría muerto por amor

Dijo de nuevo la acusada y todas las miradas se centraron en ella, el hombre que daba la declaración se veía pálido, él no había acabado de testificar  y justo su siguiente respuesta a las preguntas del acusador contaban lo que había escuchado momentos antes de la siesta de las tres, llantos y gritos que aún le desgarraban el alma, no sabía como existían personas que podían dañar a una cosa tan lindo como lo era Mona

—Yo no puedo decir mucho—, dijo nervioso —pero escuchaba los gritos de mi patrón "Mona, calla, haz el favor; Mona, me haces enfermar. Ramona, ven aquí  que te voy a reventar.

Hizo una pausa y me percaté como una mujer que estaba allí cerca se llevaba la mano a la boca, reprimiendo un grito escandalizada. Hice la debida anotación en mi cuadernillo y cuando el barullo general se terminó el hombre pudo pronunciar con lágrimas en los ojos la última frase que escuchó decir a su jefe

—…Y si no hay nadie a quien culpar, culpemos a la humedad

Luego explicó que el haber escuchado esa discusión y la horrible forma en la que el hombre amenazaba a Ramona fueron los motivos por los que no hizo nada cuando la vio con el cuerpo a sus pies. Pero su testimonio no había terminado allí, horriblemente el abogado lo hizo continuar y el jardinero tuvo que repetir algo que habíamos oído momentos atrás en el juicio

—Lo enterró en el jardín a la sombra de un nogal—, hizo una pausa y con una sonrisa agregó— justo donde suelen ir sus dos gatos a orinar.
Yo también sonreí, era demasiado maléfico lo que había sucedido, ni siquiera había terminado mi conclusión cuando la voz de Mona volvió a hacer eco en la sala

—Esta vida iba a ser otra y algo salió mal.
Me levanté para salir de la sala justo cuando el juez le pidió a la chica que se callara, había dado por terminada la sesión. Nadie quiso saber más.

Afuera, quise entrevistar a los demás testigos y todos contaron la misma historia. Me juraron que así fue pero hubo algo que solo alguien me dijo ese día, tantas versiones y solo una tenía el final, era la historia contada por una chiquilla, adolescente, de ojos grandes y pómulos afilados que acompañaba a su madre al juzgado porque también debía de dar declaración

—Ramona se quedó mirando afuera—, dijo— esperando el anochecer. Hasta que corrió a ocupar la luna el lugar del sol.



Basado en la canción de Nacho Vegas "Por culpa de la humedad"
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